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Disfruto buscando ese “algo” que permita contemplar la escena desde una nueva perspectiva.
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La fuerza desatada de la naturaleza en forma de viento, capaz de retorcer los árboles a su paso, también las sombras más sutiles y resilientes ellas, apegadas a su yo inseparable incluso en las condiciones más duras. Qué será de las sombras cuando su yo presente haya caído, ¿donde van las sombras cuando su razón de ser desaparece?.
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«Fui a los bosques porque deseaba vivir deliberadamente; enfrentar solo los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar. Quise vivir profundamente y desechar todo aquello que no fuera vida… para no darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido.»
H. D. Thoreau
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Un cierto vacío y la sensación de soledad son atributos que de algún modo considero que van unidos, aunque igual es solo una apreciación, una manía más. El caso es que ese concepto tan perseguido en fotografía del “espacio negativo” a mi me fascina. Me gustan las composiciones con grandes superficies sin información relevante pero que sin embargo refuerzan el interés del sujeto principal en la fotografía, también en la obra gráfica. Y sin caer en un minimalismo exagerado, con pocos elementos compositivos se puede influir en el estado de ánimo de quien se detenga ante la fotografía. También sucede con la música, no hay más que poner algún disco de Jonny Cash. Lo estoy haciendo mientras edito la fotografía que voy a publicar y escribo estas palabras que la acompañarán. Entonces siento que se amontonan las emociones golpeándose torpemente las unas con las otras por intentar salir.
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El amor nos hará libres asegura mi fisioterapeuta. Ella está convencida y me convence con sus razonamientos mientras pelea con mi espalda contracturada. Qué facilidad tienen algunas personas para transmitir paz, lo envidio. Envidio esa manera de evitar el rencor y la rabia arrastrada durante demasiado tiempo. Quizás mis acciones estén limitadas por una visión confusa y oscura de ese camino recorrido. ¿Pero qué derecho tengo a la queja y a la tristeza?, ¿acaso no soy un privilegiado?, ¿tengo derecho a la compasión desde el punto de vista de la concienciación como percepción profunda de mi entorno?. Entre las ramas de aquellos árboles buscaba respuestas.
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Volver a Madrid es casi como volver al trópico. Esta burbuja climática procura un regreso, como poco, desalentador, a lo que podemos sumar el ruido constante al que nos hemos habituado por aquí, el tráfico denso y las prisas crónicas, la contaminación persistente,… son motivos suficientes para que el retorno desde latitudes donde el invierno aún existe y la naturaleza es real, se haga bastante duro. Pero aquí estoy, a unas pocas teclas del blog, añorando un espacio abierto casi infinito.
Hojeo “el fotógrafo consciente” de Sophie Howarth, solo por encima no quiero profundizar hasta que no termine la lectura apasionada de “Diarios. A ratos perdidos 1 y 2” de Rafael Chirbes. Destaco términos como confianza, gratitud o compasión y una invitación a hacer una pausa en nuestro trabajo fotográfico para prestar atención a lo fundamental y estar más en armonía con el mundo que nos rodea. Algo así como ir a la raíz de las cosas con tiempo y sin distracciones. Desde luego que pinta bien.
En los días fríos y grises, cuando apenas camina gente por las calles, la naturaleza parece apoderarse de las estructuras urbanas creando las suyas propias, ignorando lo existente, despreciando el entorno artificial que con tanto esmero y dedicación hemos ido construyendo a su alrededor. En días fríos y grises busco vida en las calles.
Hay quien dice que el invierno no es una buena estación para la fotografía de naturaleza. Es cuestión de gustos, claro, pero yo encuentro momentos interesantes durante el invierno, me atrae su luz y la desnudez del paisaje. Casi siempre procuro subir a la montaña algún día para fotografiar y disfrutar del viento, incluso de la lluvia o de la nieve, tan escasa últimamente. Además los días desapacibles, con la bajada del termómetro es cuando mejor se camina por el monte, son días en los que se siente la soledad y la tranquilidad de un espacio natural que entonces parece infinito.
Los bosques son esos espacios con los que solemos soñar e imaginar mil aventuras. Muchos los ven como bonitos decorados o lugares donde ir de vez en cuando para desconectar, o simplemente consumir unas fracciones de tiempo y hacer constar que se estuvo ahí. Cuánto desconocimiento, frialdad o desdén. Superficialidad en definitiva, arrogancia con demasiada frecuencia y desprecio por desconocimiento.
Existen lugares, que nacidos de las profundidades de la tierra, al darse a conocer en la superficie, se consideran especialmente indicados para cobijar a seres que nutren casi cualquier fantasía. Y se revelan con asombrosa claridad, como ese otro lugar, la verdad opuesta a un mundo que cada vez provoca mayor estupor y espanto.
Si el bosque tuviera un rey, ese sería un árbol poderoso, solitario y sabio. Pero me figuro que hace ya mucho tiempo, la naturaleza optó por una República Independiente y Libre. ¿Quienes somos nosotros, miserables humanos, para juzgar esa decisión?.
Digamos que algunas cosas son en sí mismas. Otras lo son gracias a nuestra mirada, es decir porque los imaginamos. Supongo que la imaginación puede llegar a ser tan poderosa que puede cambiar la percepción de las cosas. Pero corren tiempos acelerados, donde imaginar conlleva un alto precio que la mayoría no está dispuesto a pagar.