Entramos a Cuzco por los arrabales, por una periferia que se me antoja enorme y deprimida, sin nada que ofrecer al viajero, salvo el panorama desolador de las desigualdades sociales. Antes, Cuzco, “el Ombligo del Mundo”, hoy un centro de turismo de gran importancia económica para el Perú. No es un reproche, ni tan siquiera una justificación, tan sólo una dolorosa realidad.
Su zona centro es rica y noble: palacios, iglesias, casas gubernamentales, la plaza de armas con su imponente catedral, y una suerte de calles que trepan, de manera sinuosa, entre las colinas que rodean la ciudad. Y es por estas calles donde corre la vida como una serpiente enroscada, entre cada piedra, cada soportal y cada plaza, vomitando con las primeras horas de luz, trabajadores, vendedores, comerciantes, buscavidas, mendigos, ... gentes que conforman el abanico multicolor de esta ciudad de pulso inquieto.
Lo que antes fueron signos del esplendor de un pueblo que se expansionó por medio continente, hoy lo son del paso de los conquistadores españoles, conformando construcciones del barroco colonial con las mismas piedras que habían alzado los templos, torres, murallas y enterramientos Incas.
En algunas cosas, hemos cambiado muy poco.
Lugar de la toma: Perú, agosto 2010.
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