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Fotografiamos lugares porque han sido construidos previamente en nuestra imaginación, permeable a las influencias de las imágenes de otros fotógrafos, del cine, los video-clips, incluso la literatura y la música. En algún momento pasamos por un lugar cualquiera a la vuelta de la esquina de nuestro propio barrio y lo vemos, automáticamente nos trasladamos de manera involuntaria a ese lugar imaginado, leído, escuchado, visto y después transformado en nuestros propios sueños, pero real por un tiempo, ese tiempo que dura la fotografía.