__
Lo sutil de una escena tomada prestada, apenas un puñado de detalles, una conversación, dos mujeres, un café, el ambiente y una expresión que no podría haber captado en ninguna sesión preparada de retrato.
__
Lo sutil de una escena tomada prestada, apenas un puñado de detalles, una conversación, dos mujeres, un café, el ambiente y una expresión que no podría haber captado en ninguna sesión preparada de retrato.
__
En este pequeño recorrido de una ciudad nocturna no podía faltar el interior de un café. Siempre me han atraído estos establecimientos, especialmente aquellos donde puedes sentarte tranquilamente mientras lees algún libro. Las últimas horas del día son la recta final para lugares tan acogedores, en ellos se respira ya otro ambiente donde la luz la siento difusa y, los clientes que allí quedan todavía, se mueven delante de mi vista como envueltos en una nebulosa. Todo parece ya etéreo, algo así como una obra de teatro en los últimos segundos de la representación. Ensoñación. Me doy cuenta de este instante, dejo el libro sobre la mesa, cojo la cámara fotográfica serenamente pero con determinación, enfoco y en un par de obturaciones conservo para siempre unas décimas de segundo únicas e irrepetibles. Dejo la cámara y sonrío mientras vuelvo a la lectura, intento terminar el capítulo antes de que me inviten a salir porque el café está a punto de cerrar.
__
La primera cámara con la que trasteé en este mundillo de la fotografía fue la Kodak Brownie de mi padre, una cámara de plástico de los años sesenta que me permitió descubrir un mundo fantástico ahí mismo, tan solo tenía que mirar por el visor, encuadrar, apretar la palanca del obturador y luego esperar a que el rollo de película acabara en un laboratorio del barrio para poder ver los resultados pasados unos días. La incertidumbre, la alegría, también la decepción, pero siempre toda la emoción del mundo puesta en el preciso instante en que abría el sobre de las copias en papel y las revisaba cuidadosamente. Y hasta ahí puedo leer, porque lo que viene después es un largo idilio con la fotografía y supongo que tod@s tenemos una historia similar que atesoramos como uno de nuestros mejores recuerdos. Este mismo fin de semana para resguardarnos de la intensa lluvia, entramos en un café y al poco de sentarnos vi esta Kodak (¡de película y desechable!) encima de una mesa junto a su dueña que charlaba tranquilamente con otra persona. No lo pensé mucho, hice un par de tomas antes de marcharnos y hoy publico la que mejor relata ese momento. En ocasiones los detalles son parte de nuestra historia vital.
__
No hay mucho más que añadir. He dormido mal y la cabeza no me aguanta media reflexión coherente. La sensación de levedad me invade e imagino diluyéndome entre las conversaciones de gente anónima sentada en un café. No alcanzo a entender la conversación, tan solo me limito a observar. Floto moviéndome entre las mesas empujado suavemente por las corrientes de aire. Ahí fuera el mundo enloquece por momentos, se suceden las atrocidades, otra vez Palestina, siempre los desfavorecidos. Los poderosos se ríen en nuestra cara. El futuro es incierto.
__
Existe un juego de miradas cuyas reglas no están escritas, ni hay unas normas básicas establecidas, tampoco una frontera clara en la cual se debería mover cualquier jugador que participe. Argumentemos que los límites se encuentran dentro de lo que podríamos consensuar como una mirada de respeto. Dentro de ese espacio casi todo es posible. Nos miramos y observamos los unos a los otros, ahora también frente a una pantalla donde prolifera un exhibicionismo vacuo y constante. Y aún así cuando camino por la calle, viajo en metro, o tomo un café en un bar, no puedo evitar el observar a los demás. Estoy seguro que la fotografía ha sido la principal causa de esta especie de voyerismo, digamos, “blanco”. Fotógrafos como Bruce Davidson, Català-Roca, Garry Winogrand, Robert Doisneau, Martin Parr, el gran Elliott Erwitt, por supuesto Robert Frank y Lee Friedlander, el maravilloso Saul Leiter, Vivian Maier, claro, Maria Plótnikova o Joel Meyerowitz, Danielle Houghton (su Instagram no tiene desperdicio)… me han influido mucho. Aunque reconozco que esto de la motivación fotográfica es una excusa pobre ya que lo practico incluso sin cámara, tan solo por el placer de observar. Igual me estoy transformando en algo así como un sociólogo visual. Por colgarme una etiqueta que no quede.
__
Sin darme cuenta nos metemos de nuevo en la Navidad, el fin de año y toda la parafernalia que rodea estas fechas. Me pregunto dónde se ha ido el tiempo. Un año que bien pensado ha dado para much, pero con el que guardo una cierta relación de amor/odio por aquello de que las horas se escapan sin saber muy bien cómo. Y me da pereza salir con la cámara y captar las típicas fotografías navideñas. Veremos cómo lo afronto este año, tendré que ir poniéndome las pilas si quiero publicar alguna que otra fotografía razonablemente navideña. Mientras tanto… ¡tic-tac-tic-tac!.
__
¿Cuantas veces recorro las calles buscando respuestas?. Igual demasiadas. Busco con frecuencia soluciones a cuestiones fotográficas que me voy planteando, ideas que intento poner en práctica, pensamientos que pueda sintetizar en una instantánea. Fotografiar en la calle también es todo esto, más allá de contraluces, contrastes y momentos quizás únicos que puedan acontecer. Ayer mismo visitaba con un buen amigo la exposición de Elliott Erwitt en Madrid, de los muchos textos y entrevistas que dejó encuentro oportuno anotar este: “…mira, observa un poco más y luego vuelve a mirar, porque esa es la base fundamental de la fotografía. Y eso es todo… simplemente buscar y hacer tus propias conexiones”. La naturalidad y la sencillez eran su marco de trabajo, el encuadre de sus fotografías. Quizás me complico demasiado la vida en lugar de disfrutar sin más de la fotografía.
__
En medio del ruido constante que distorsiona la realidad encuentro paz y tranquilidad en contados lugares, muchos de ellos son simples estados mentales, momentos o situaciones que me permiten reflexionar. Escribo en este diario como una forma de terapia a través de la cual soy capaz de reconciliarme conmigo mismo, me autocritico y disecciono para poder avanzar. Escribir no es algo que me apasione, ni siquiera se me da bien, tan solo junto palabras que entre todas den sentido a lo que quiero contar, evito (casi siempre) las faltas de ortografía y erratas, las redundancias y poco más. Por descontado prefiero la fotografía, pero encuentro en el texto que publico con cada toma, la forma de conocerme y comprender mejor la fotografía que hago. Es mi lugar particular de aislamiento, mi soledad encontrada y es la manera de airear mis pensamientos. Y me veo a mí mismo en ese lugar solitario, casi perfecto, enfrascado en pensamientos, ideas y proyectos relacionados de una u otra manera con la fotografía; el presente y el futuro plasmados en un rollo de película esperando ser revelado. Y resulta apasionante.
__
Dicen que una mirada es clave para componer un buen retrato improvisado según las premisas de la fotografía de calle. Seguramente sea así y sin entrar en polémicas ya os digo que la fotografía de una mirada anónima me interesa más cuanto más insinuada y fugaz sea. Es difícil, más que nada por aquello de conseguir el dúo perfecto: una fotografía aceptable y que mi integridad personal sobreviva a ese cruce de miradas entre extraños, estando uno de ellos armado con una cámara fotográfica que usa sin compasión. Pero en fotografía todo es proponérselo, insistir, agudizar el ingenio y pulir la técnica. Y de vez en cuando traigo en la tarjeta de memoria alguna toma que merece la pena.
__
Tomar decisiones mientras se analiza una escena para seleccionar solo aquellos elementos que compondrán la fotografía, es quizás el ejercicio más estimulante, aunque también el que genera mayores dudas. Sustraer y no añadir es lo que, básicamente, nos diferencia de la pintura. Bueno eso y que necesitamos un artilugio mecánico o electrónico y material sensible a la luz. En el arte de la fotografía, nosotros, cámara en mano, eliminamos esas partes que cada cual considera innecesarias, aunque nos queden objetos, personas o animales incompletos, parciales o tan solo insinuados de manera directa o indirecta. Recreamos un puzzle mitad verdad, mitad ficción y entregamos una obra única cargada de simbolismo, anécdotas y vivencias que hablan sin emitir sonido alguno de ese preciso instante nada más (y nada menos).
Estaba esperando paciente mi turno en una cola de las cajas del híper (sí, suelo comprar en estos espacios, los encuentro más limpios y ordenados que el chino de la esquina de mi barrio). El caso es que allí delante se encontraba una mujer joven con un embarazo bastante adelantado y me dio por pensar que cuando nazca el chiquillo o chiquilla, crezca llegando a la treintena y forme parte de esa generación que dirigirá el estado, la economía, la política, la cultura…, yo igual ni estoy para verlo. Me di cuenta en ese preciso momento que esa futura generación me es indiferente, que nada tiene ni tendrá que ver conmigo. No sé si el mundo será mejor o peor para entonces, buenas maneras tampoco es que apunte y lo que pudiera hacer por un futuro mejor ya lo he peleado durante demasiado tiempo, pero en esencia el posible diálogo con esas generaciones prácticamente no existirá. Mientras escribo esta entrada en el diario me doy cuenta que me intereso por las circunstancias y los problemas que atañen a la gente de mi generación (pongamos que con diez o quince años de fluctuación arriba o abajo) con los que comparto pareceres y contrasto opiniones, creo que para muchos jóvenes (no todos espero) serían como simples conversaciones de viejos. Así, entre los más jóvenes y adolescentes me considero un mero observador, un mirón que cámara en mano busca el instante preciso para captar su conversación, no por lo que pudieran decir que podrá ser más o menos interesante, sino más bien por esas expresiones, esos modos, esos gestos que hablan en un idioma universal y que comprendo mejor que mil explicaciones argumentadas porque en ocasiones descubren sus pensamientos más profundos. Conversaciones en color, el color de un futuro incierto.
Algo especial sucede cuando llevo cámara y estoy dentro de un café, mejor si es uno de esos lugares tranquilos sin demasiada gente. Entro, me siento en una mesa cerca de una ventana, pido un expreso y agua con gas y me quedo un buen rato observando. Siempre sucede algo que merece la pena fotografiar, la luz que dibuja perfiles y siluetas, detalles de una pared donde antes seguro hubo algo colgado, una mujer o un hombre solitarios, parejas que conversan animadas … El placer (y la rebeldía) de no hacer nada, o mejor dicho hacer dejar pasar el tiempo y me entrego con ganas al deporte favorito de todo fotógrafo: observar.
Me propongo entrenar la paciencia a diario. Me lo sugiere un buen amigo, no con estas palabras aunque estoy seguro que se refiere a esto. Y no es un entrenamiento al uso, requiere dedicación e insistir cuando las tentaciones revolotean por el subconsciente e intentan dispersar las ideas. Demanda constancia y método. Cuando camino me resulta casi imposible pararme y aguardar con la cámara preparada, es un nivel que estoy rozando, pero aún queda lejos de ser una respuesta natural. Es cosa de perseverar. Lo que si se me da medianamente bien es situarme en un café, en un bar, en una terraza y esperar. Espero y observo a todos, los detalles, las fobias y las bondades de cada cual. Solo fotografío cuando me encuentro relajado y a gusto. Entonces disfruto de ese tempo musical, pausado y sutil que deja construir la fotografía.