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Lo sutil de una escena tomada prestada, apenas un puñado de detalles, una conversación, dos mujeres, un café, el ambiente y una expresión que no podría haber captado en ninguna sesión preparada de retrato.
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Lo sutil de una escena tomada prestada, apenas un puñado de detalles, una conversación, dos mujeres, un café, el ambiente y una expresión que no podría haber captado en ninguna sesión preparada de retrato.
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Me gusta captar la noche, los bares también, el ambiente y el color saturado entre sombras profundas que suelo descubrir en algunos de estos lugares. Luego están esos detalles que por casualidad me llaman poderosamente la atención, son como un flash, un destello que atraviesa mi percepción diseccionándola igual que lo haría un fino diamante, y puede ser un gesto, una mirada o un simple cartel. En ocasiones me provoca la reacción, me invita a reflexionar sobre la intención de quien lo concibiera y lo pusiera en ese preciso lugar. Y pienso en su significado o en aquello que creo debería significar, tal vez sea esa la mejor manera de explicar la fotografía. La percepción y la interpretación que hacemos de ella es parte de nuestra manera de mirar, a fin de cuentas participamos en un juego con multitud de interacciones y también de opiniones sobre una realidad concreta. Yo aporto la mía a través de la fotografía.
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Las grandes ciudades se transforman en (excesivamente) enormes urbes cosmopolitas, donde ya es posible encontrar casi de todo de casi cualquier lugar del mundo. Recuerdo hace tiempo lo cutres que llegaban a ser los restaurantes chinos, quizás condicionados “a priori” por nuestras costumbres gastronómicas, lo que allí ofrecían poco o nada tenía que ver con la gastronomía china. Afortunadamente hoy en día el panorama ha ido transformándose un poco, claro que persisten los locales “asiáticos” donde se sirve un poco de casi todo y casi nada bueno, pero han ido abriendo negocios más interesantes si nuestra intención es probar la cocina china. Luego están las oportunidades fotográficas que todo esto ofrece, pero para eso mejor una imagen ¿no?.
Algunas escenas me parecen interesantes de fotografiar aún sin reunir las condiciones técnicas idóneas para realizar, lo que podríamos considerar en términos de canon fotográfico, una buena instantánea. Quizás el ambiente, la luz, las personas que interactúan entre ellas, los rótulos que veo,… No sabría explicar qué me impulsa a tomar una fotografía en un momento dado, solo puedo argumentar que algo se activa en un rincón remoto de mi cerebro, entonces veo necesaria, casi obligada, la fotografía y sólo después me invade de nuevo la tranquilidad..
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Sin darme cuenta nos metemos de nuevo en la Navidad, el fin de año y toda la parafernalia que rodea estas fechas. Me pregunto dónde se ha ido el tiempo. Un año que bien pensado ha dado para much, pero con el que guardo una cierta relación de amor/odio por aquello de que las horas se escapan sin saber muy bien cómo. Y me da pereza salir con la cámara y captar las típicas fotografías navideñas. Veremos cómo lo afronto este año, tendré que ir poniéndome las pilas si quiero publicar alguna que otra fotografía razonablemente navideña. Mientras tanto… ¡tic-tac-tic-tac!.
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¿Cuantas veces recorro las calles buscando respuestas?. Igual demasiadas. Busco con frecuencia soluciones a cuestiones fotográficas que me voy planteando, ideas que intento poner en práctica, pensamientos que pueda sintetizar en una instantánea. Fotografiar en la calle también es todo esto, más allá de contraluces, contrastes y momentos quizás únicos que puedan acontecer. Ayer mismo visitaba con un buen amigo la exposición de Elliott Erwitt en Madrid, de los muchos textos y entrevistas que dejó encuentro oportuno anotar este: “…mira, observa un poco más y luego vuelve a mirar, porque esa es la base fundamental de la fotografía. Y eso es todo… simplemente buscar y hacer tus propias conexiones”. La naturalidad y la sencillez eran su marco de trabajo, el encuadre de sus fotografías. Quizás me complico demasiado la vida en lugar de disfrutar sin más de la fotografía.
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En ocasiones siento el vacío, una sensación que me confunde y me sugiere que las fotografías que hago no son las que me gustaría estar haciendo. Inconformidad, insatisfacción, inseguridad…, seguramente una combinación de todo esto. Perseverar es la manera de reconciliarme con esas sensaciones y en lugar de oponerme frontalmente, procuro comprenderlas, me adapto y convivo con ellas buscando lo mejor de todo entre tantas fotografías. Y encuentro mi particular refugio en la sencillez de una composición básica de forma y color, en las texturas evidentes, en la evocación de los recuerdos más profundos. Simplificar para centrarme en lo importante. Y continuar.
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Es cosa de los tiempos que corren. Fotografiamos y nos fotografían, vigilamos y nos vigilan. Vivimos una vida expuesta al escrutinio de los demás, una vida pública sin pretenderlo en cuanto ponemos un pie en la calle. Incluso sin salir de casa, solo tenemos que asomarnos a la pantalla del móvil o del ordenador. Pero por aquello de quitar hierro a la cosa (que no hay duda que lo tiene), prefiero quedarme con esa fotografía espontánea que suelo hacer de la vida de los otros, con discreción y sin maldad, incluso, ¿porqué no?, con cariño.
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Qué difícil resulta tomar una decisión en ocasiones. Me siento en el interior de un bar, cerca de la luz que entra por la puerta, una mesa de esas altas y un vino o una cerveza, o quizás un café, el asunto es buscar la excusa justa que me permita permanecer un buen rato observando. Consulto el móvil de vez en cuando, miro la pantalla sin prestar demasiada atención, es solo un mecanismo que ayuda a pasar desapercibido. La cámara muy cerca, a la vista, sin ocultarme pero sin llamar la atención más de lo necesario. Y mientras me lo voy pensando: ¿mejor una toma interior o de alguien que pase por delante de la puerta?. La foto, la narrativa, el discurso, todo cuenta, todo entraña ese juego tan emocionante que lleva a realizar una fotografía. Y en una de esas cojo la cámara enfoco y hago un par de fotografías. Dejo la cámara sobre la mesa y tomo un sorbo de cerveza, vino o el café, lo que quiera que haya pedido. El tiempo pasa y quizás me dé para una toma más.
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Hoy me he dado cuenta que tengo un poco olvidado uno de los deportes nacionales que se practican con mayor vehemencia. Esto no puede seguir así, demasiado tiempo sin subir al diario algo relacionado con bares, sin duda uno de los temas urbanos que más me entretienen. Sentarme en una mesa o en la barra de un local, pedir algo y dejar pasar el tiempo, sensible a lo que ocurre pero sin prisas, sin un plan establecido, dejando que la escena se construya poco a poco, creedme que es un proceso placentero, la vida va creando momentos mucho más extraños y bellos que cualquier otra situación preparada. La espontaneidad mezclada con la curiosidad regala momentos únicos.
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Dudo permanentemente, reflexiono sobre los sucesos actuales y el futuro cercano. Me planteo mil preguntas que me llevan a pocas respuestas satisfactorias. Reflexionar y valorar con calma cada circunstancia, cada acción. Tampoco es pedir demasiado y siempre es mejor que el exabrupto, la ira y las respuestas desmedidas. Lo bueno es que somos muchos los que dudamos y reflexionamos. O eso quiero creer.
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Hay cosas que suceden sin más. Cuando creo que tengo todo bajo control surge lo imprevisto. Se suele atribuir a la famosa Ley de Murphy, ya sabéis,"si algo puede pasar, va a pasar". Salgo a fotografiar con todos los trastos y aguardo a que suceda algo especial al lado de una nacional poco transitada, justo enfrente de un restaurante que lleva tiempo cerrado, una situación que podría responder a esa ley. Tan solo situarse y esperar lo que va a pasar, aquello de la tipología de “fotógrafo pescador”. Vuelvo a casa, descargo la tarjeta de memoria y cuando reviso las fotografías siempre encuentro alguna que otra sorpresa.
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Me decía a mi mismo, en una de esas conversaciones que suelo mantener habitualmente (y los que entienden de esto dicen que es bueno para el “coco”): ¡a ver cuanto aguanto sin publicar algo relacionado con bares! (bastante tiempo pensaba yo) pero amig@s no ha sido así, la escena del bar me llama, ya sea ciudad o pueblo, playa o montaña allí en una esquina tranquila, en medio de la plaza, en la zona de copas, en casi cualquier lugar hay un local donde sirven bebidas, café y algo de comer, el bar de toda la vida, más viejuno, más hipster, más choni, más muppies, más carroza o una mezcla e intento de equilibrio entre tendencias. Da igual, la esencia no cambia, mi modus operandi tampoco.
Estaba esperando paciente mi turno en una cola de las cajas del híper (sí, suelo comprar en estos espacios, los encuentro más limpios y ordenados que el chino de la esquina de mi barrio). El caso es que allí delante se encontraba una mujer joven con un embarazo bastante adelantado y me dio por pensar que cuando nazca el chiquillo o chiquilla, crezca llegando a la treintena y forme parte de esa generación que dirigirá el estado, la economía, la política, la cultura…, yo igual ni estoy para verlo. Me di cuenta en ese preciso momento que esa futura generación me es indiferente, que nada tiene ni tendrá que ver conmigo. No sé si el mundo será mejor o peor para entonces, buenas maneras tampoco es que apunte y lo que pudiera hacer por un futuro mejor ya lo he peleado durante demasiado tiempo, pero en esencia el posible diálogo con esas generaciones prácticamente no existirá. Mientras escribo esta entrada en el diario me doy cuenta que me intereso por las circunstancias y los problemas que atañen a la gente de mi generación (pongamos que con diez o quince años de fluctuación arriba o abajo) con los que comparto pareceres y contrasto opiniones, creo que para muchos jóvenes (no todos espero) serían como simples conversaciones de viejos. Así, entre los más jóvenes y adolescentes me considero un mero observador, un mirón que cámara en mano busca el instante preciso para captar su conversación, no por lo que pudieran decir que podrá ser más o menos interesante, sino más bien por esas expresiones, esos modos, esos gestos que hablan en un idioma universal y que comprendo mejor que mil explicaciones argumentadas porque en ocasiones descubren sus pensamientos más profundos. Conversaciones en color, el color de un futuro incierto.
Los interiores de un bar suelen ser lugares que me inspiran a fotografiar. Rincones con cierta solera respirando entre la madera y la piel sintética con paredes desconchadas y alguna que otra mancha perdida. Observo descansando la mirada en cada detalle, en la luz tenue y los espacios que ocupan amigos, parejas o familias ajenos casi siempre al lugar, a su personalidad mas allá de lo aparente. Espero y analizo cada detalle, como si mis ojos fueran la mejor lente fotográfica e imagino cada sombra, cada encuadre, cada toma. Observo mientras espero una conversación.
Hay barras de bar que pueden hablar y mantener un peculiar diálogo sobre sus azarosas vidas a todo parroquiano que sepa escuchar. Sus formas, los objetos ajenos a la profesión, la manera de situar los distintos útiles de servicio, son tantos los elementos que permiten conocer más sobre su dueño, el barrio o la localidad donde se encuentra el negocio, que una vez cautivado por sus peculiares atractivos, suelo dejarme llevar y escuchar todo aquello que quiera contarme, en silencio y de manera íntima mientras observo cada detalle, cada objeto y su memoria, cada tesoro. Y la fotografía, siempre la fotografía como testimonio de lo vivido y manera casi única de que aquella barra de bar sea descubierta al otro lado del planeta.
Escribo estas frases casi a oscuras entre el teclado y el ventilador, intentando que los brazos no se queden pegados irremediablemente a la mesa. Cae el sudor y pienso, por aquello de buscar una distracción que mitigue un poco los grados que marca el termómetro, en lugares frescos, viajes a temperaturas más soportables y rincones donde recuerdo agradables y refrescantes momentos vividos. Se me ocurre publicar otro bar, y ya he perdido la cuenta, casi podría haber realizado una serie. Uno de esos rincones especiales que quedan en el recuerdo y que la fotografía me permite volver a sentir.
La vida es una lucha de contrarios perpetua. No existe el héroe sin su villano de cabecera, no existe el camino recto sin las curvas y giros, no existe la fotografía en color sin el blanco y negro. Bueno, esto último supongo que va en función de estética, gustos y necesidades expresivas de cada cual, todas perfectamente válidas claro. En cualquier caso el esfuerzo de fotografiar conlleva el placer de la visualización posterior, el placer simple y llano de ver la fotografía y disfrutarla. Si lo que fotografiamos además se configura con un cierto mensaje el triunfo parece total. Y digo parece, porque ¿en qué momento la escena retratada tiene sentido para el fotógrafo?, cuando se vive ese instante o más bien a posteriori buscando un sentido y un porqué de la decisión de fotografiar esa escena en concreto. Todo son dilemas, pero quizás lo importante es desnudar los resultados y observar sin más, sin complejos, sin obligaciones, sin necesidades.