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Presencia que afirma la ausencia. Ausencia que afirma la presencia.
Philippe Dubois
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En ocasiones no hay mucho más que contar sobre una imagen, la fotografía puede ser tan explícita que cualquier observación resulta superflua, quizás solo quede mirar y esperar que suceda algo.
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"Después, y en casi todas partes, la iluminación clara y sutil que dotaba de magnificencia a la vida y de paz a la muerte fue arrollada por el terrible resplandor de la tecnología. Sin embargo, esa luz está siempre presente, como las estrellas al medio día. El ser humano debe percibirla para trascender su miedo a la carencia de sentido, porque ninguna dosis de “progreso” puede ocupar su sitio. Nos hemos pasado de listos, como monos avariciosos, y ahora estamos llenos de espanto".
Peter Mattheiessen
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Alguna vez me ocurre, que volviendo sobre carpetas antiguas de mi catálogo de fotografías, la mirada se detiene sin ninguna explicación lógica en una instantánea determinada. Algo me llama poderosamente la atención de esta fotografía que hoy publico, y reconozco que he vuelto sobre ella en varias ocasiones. No hay nada especial en ella, se trata tan sólo de un puesto de flores cerrado al lado del cementerio viejo de Carabanchel (mi barrio) en Madrid. Un lugar aislado, casi detenido en el tiempo rodeado de zonas residenciales, jardines, espacios para niños, zonas deportivas,… uno de esos lugares anacrónicos dentro de la configuración propia de un barrio que quizás creció demasiado rápido. Sin ninguna justificación clara decido publicar hoy esta toma.
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Hay estilos fotográficos que marcan mucho y aunque no me prodigo en la búsqueda de contrastes acentuados en la fotografía callejera, de vez en cuando si se presenta la ocasión no puedo desaprovecharla. El caso es que salir por el centro de Madrid a medio día con unas luces y sombras tan evidentes, de alguna manera me condiciona, o quizás la palabra sería "motiva" para realizar un tipo de fotografía en particular. Creo que la temática y la hora elegida son factores esenciales que dan forma a los resultados. Solo hay que recordar los lugares apropiados, deambular tranquilamente y mantener la mirada atenta. Cada estilo, cada tema, cada tipología de fotografía solicita un tipo de luz... y de sombras.
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Hay días que el cuerpo me pide un cambio total de argumentos y pareceres. Y rebusco entre los archivos de viajes para avivar el recuerdo y permitirme volar de nuevo con la imaginación. La revisión de esta toma me procura cierto sosiego, la vuelvo a revelar (siempre lo hago cuando rescato algo del pasado) con criterios nuevos y la disfruto porque recuerdo esa luz tan especial del invierno austral. El lugar se sitúa en Puerto Pirámides en la península de Valdés, provincia de Chubut en Argentina, un lugar idóneo para el avistamiento de ballenas, aunque en la península, que es un espacio natural protegido, merece la pena perderse unos días entre dunas, carreteras de ripio y acantilados.
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Me gusta pensar en las sombras como protagonistas de la fotografía, sin ellas el volumen y la sensación de profundidad prácticamente no existirían, tampoco nosotros los fotógrafos ávidos de emociones entre contrastes más o menos fuertes. Las sombras alargadas parece que nos guiarán a otro lugar, quizás un lugar apartado, un rincón donde disfrutaremos de la fotografía en estado puro y olvidaremos por unos instantes un mundo que rueda a una velocidad endemoniada y donde aparentemente pocas cosas funcionan como deberían. Quizás tendría que aprovechar esta entrada en el diario para hablar del desastroso (y anunciado) cierre de EFTI, la penúltima escuela de fotografía que se marchita y que tanto dice del panorama fotográfico actual. O quizás de la visita de Milei, mandatario argentino capaz de fulminar cualquier atisbo de razón, entendimiento y justicia social. Pero toda esta realidad se me hace tan cuesta arriba que prefiero perderme entre esas sombras alargadas y la fotografía.
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Madrid con su ADN tan particular levanta odios y pasiones a partes iguales. Continúa creciendo descontroladamente, tanto es así que se está convirtiendo en una urbe difícil de gestionar, antipática, un lugar bastante desagradable para vivir, yo al menos así lo veo. Demasiado ruido, demasiada contaminación, demasiada tensión social y política que se masca en ciertos detalles y en algunas conversaciones. Lo que estaría bien es ser un eterno turista en la ciudad, aparecer en ella de vez en cuando, unos pocos días para disfrutar de todo aquello que me interesa y reconozco que no son pocas cosas. Una de las cosas que siempre he admirado de Madrid es esa luz tan especial justo antes de anochecer, también a media tarde sobre todo en otoño, una luz tan parecida a la de París que despierta las emociones y las ganas de salir con la cámara en la mano a ver que me encuentro.
“La fotografía no es documentación, sino intuición, una experiencia poética. Es ahogarse en uno mismo, disolverse, luego resoplar, resoplar, resoplar -estar abierto a la casualidad-. No lo puedes buscar, no lo puedes desear si lo quieres conseguir. Primero tienes que perderte. Entonces sucede”.
Henri Cartier-Bresson
“Un fotógrafo puede describir un mundo mejor solo si observa mejor el mundo que hay delante de él”.
Robert Adams
“No tienes que buscar fotografías. El material es generoso. Sales y las fotografías te están mirando”
Lee Friedlander
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Sucumbo ante la luz de invierno, me atrae casi todo de ella, su gélida magia, sus proyecciones de sombras interminables, el revelado de texturas casi infinitas allí donde roza por un breve lapso. Todo en ella es alegre bondad pasajera, urgente, inestable, divina.
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Cambio de tema por aquello de mantener el interés y no aburrir ni aburrirme, aunque también me lo pide la propia dinámica de este fotodiario, claro, que funciona sin criterios de continuidad y se rige más por la casualidad del día a día. La cuestión es que me gusta pensar en la fotografía por encima de todo como mi mejor manera experimentar, y que me permite imaginar con la composición, la luz, las texturas y las formas un mundo que quizás sin este trabajo de reflexión, quedaría oculto y pasaría desapercibido. Ese mundo donde impera el detalle, la anécdota, lo peculiar y que sin embargo es capaz de construir un discurso y en ocasiones proponernos otra manera de mirar la vida, sin prisas, sin ideas preconcebidas.
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Asomo la nariz por la ventana abierta y ya noto el descenso de la temperatura, al menos en lo que se refiere a primeras horas de la mañana, cuando apenas hay luz y la poca gente que deambula por la calle lo hace apresuradamente y bien enfundada en ropa de abrigo. El frío, el tiempo desapacible, lo imprevisible de estos días de finales de otoño y comienzo del invierno no me desagrada, bien abrigado es perfecto para hacer una buena caminata de mañana. Aún así suelo recordar la calidez de los días de verano, sus sombras duras y contrastes acentuados, los cielos intensos y los contraluces dispuestos así, solo para ser fotografiados.
Como salido de un set de rodaje de alguna película en color de Stanley Kubrick, con esa visión del interiorismo minimalista y limpio que muestra en muchas escenas tan perfectas, tan nítidas. Y allí estaba yo a punto de sumergirme en la fantasía de una película realizada a mi medida. Entré en aquel cuarto de baño y lo primero que pensé fue en el director de la “Naranja Mecánica”, y ahí estuve pasando un buen rato valorando las posibilidades, los encuadres, la luz… esas manías que tod@s tenemos, cada cual las suyas propias, con las que convivimos día a día y dejamos que tomen el mando de la situación alguna que otra vez.
Donde hubo casas luego surgieron sombras apropiándose del espacio vacío. La memoria de lo que hubo allí queda muy lejos de mi alcance, un pasado demasiado lejano ya. Con el tiempo ese espacio vacío volvió a ocuparse, nuevas construcciones, nuevos edificios y familias que ahora los llenan con sus propias vivencias. De aquellas sombras solo queda el testimonio de algunas fotografías que tomé en distintas ocasiones y que confirman mis recuerdos, quizás alguna otra persona guarde sus propias fotografías de ese mismo lugar, incluso le ayuden a reconstruir un pedazo de su vida. Me gusta pasar por ese lugar de vez en cuando y mirar, aunque las sombras ya son otras.
Fotografiar la soledad quizás sea uno de los motivos más complejos que podemos plantearnos a modo de reto. Desde luego sería un proyecto interesante, seguramente abordado en demasiadas ocasiones durante los pocos años de historia de la fotografía. Y aún así tremendamente atractivo. El juego está lleno de posibilidades y a mí me ha parecido un motivo perfecto para cerrar esta serie de instantáneas, todas realizadas en el transcurso del pasado año y siempre en el interior de una sala de exposiciones o de un museo, desde mi punto de vista, uno de los lugares más atractivos para fotografiar. La imaginación procura la fantasía y nos permite volar cámara en mano, nunca tan poco dio para tanto.
Prefiero la fotografía que apunta como esbozo de algo superior, aquella incompleta que permite imaginar, incluso torpe en su desarrollo pero precisa en la capacidad de narrar. Prefiero la insinuación a la descripción, porque en la vida como en la fotografía, nada es absoluto, nadie posee la verdad completa, nada cuenta por sí solo con la capacidad de revelar los profundos misterios que nos condicionan y conducen. Solo una visión de conjunto sin complejos, la mezcla de situaciones, corrientes y opiniones sin sectarismos, también en fotografía, pueden hacernos avanzar en la comprensión de lo esencial. Insinuar para permitir reflexionar.
¿Dónde ha quedado la esencia humana?. Quizás la comprensión de la realidad y por consiguiente su necesaria transformación, sea parte inseparable de esa esencia hoy olvidada en lo más profundo del ser. También la generosidad, la humildad, la excelencia entendida como un esfuerzo individual empeñado en la lucha por la libertad y el bien común y la necesaria serenidad para renunciar a lo superfluo… Quizás mediante una intensa reflexión seamos capaces de comprender que el fin está ahí mismo, al acecho. Apartarnos del ruido moderno, servido generosamente para que nosotros mismos nos emborrachemos hasta el delirio y ser capaces de mirar en nuestro propio interior. Parar por un instante la distorsión que procura lo superficial para ser capaces de comprender cómo hemos llegado a esta situación y lo que es más importante, meditar la manera de superar estos tiempos aciagos. ¿Acaso nos asustaría comprobar lo que guardamos cada uno de nosotros en lo más profundo de nuestro ser?. Sencillamente volver a ser humanos.