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Madrid con su ADN tan particular levanta odios y pasiones a partes iguales. Continúa creciendo descontroladamente, tanto es así que se está convirtiendo en una urbe difícil de gestionar, antipática, un lugar bastante desagradable para vivir, yo al menos así lo veo. Demasiado ruido, demasiada contaminación, demasiada tensión social y política que se masca en ciertos detalles y en algunas conversaciones. Lo que estaría bien es ser un eterno turista en la ciudad, aparecer en ella de vez en cuando, unos pocos días para disfrutar de todo aquello que me interesa y reconozco que no son pocas cosas. Una de las cosas que siempre he admirado de Madrid es esa luz tan especial justo antes de anochecer, también a media tarde sobre todo en otoño, una luz tan parecida a la de París que despierta las emociones y las ganas de salir con la cámara en la mano a ver que me encuentro.