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Siempre me ha resultado curioso cómo en algunos sitios les cuesta recoger toda la parafernalia propia de los pasados días navideños. Supongo que es una peculiar mezcla de nostalgia y pereza, total tampoco queda tanto para las próximas navidades.
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Siempre me ha resultado curioso cómo en algunos sitios les cuesta recoger toda la parafernalia propia de los pasados días navideños. Supongo que es una peculiar mezcla de nostalgia y pereza, total tampoco queda tanto para las próximas navidades.
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Ese punto de vista puede ser mágico, queda todo a mano, perfectamente manejable, tan solo resta esperar un instante apetecible para fotografiar. Pero sin demorar demasiado no vaya a ser que nos llame la atención el portero o algún vecino que se le ocurra salir en ese momento.
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Y si los reyes no se han portado bien o no han llegado el día que se les esperaba, tan solo resta conformarse y aguardar las rebajas.
Cotillear también durante estas fiestas, salir con la cámara y registrar una realidad, no es una verdad absoluta y tampoco lo pretendo, tal vez solo captar aquello que me llama la atención, lo que despierta mi interés, ni más ni menos, sin ninguna otra pretensión solo disfrutar de un tiempo que discurre acelerado.
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Si es que me pongo pesadito, lo reconozco, pero igual he comido demasiado estos días y la sal de frutas ya no ayuda. Pero veo un reflejo de la navidad en cualquier charco de la ciudad.
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Si me descuido se me pasa la Navidad. Por mi parte queda abierta en este pequeño rincón fotográfico, aunque tengo claro que ya llego con retraso a las celebraciones cruzadas que calientan las Redes estos días. Confieso que siempre me han dado pereza estas cosas y más si cabe los festejos navideños. En fin, supongo que cada cual tiene sus pequeños pecados y debilidades.
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Sin darme cuenta nos metemos de nuevo en la Navidad, el fin de año y toda la parafernalia que rodea estas fechas. Me pregunto dónde se ha ido el tiempo. Un año que bien pensado ha dado para much, pero con el que guardo una cierta relación de amor/odio por aquello de que las horas se escapan sin saber muy bien cómo. Y me da pereza salir con la cámara y captar las típicas fotografías navideñas. Veremos cómo lo afronto este año, tendré que ir poniéndome las pilas si quiero publicar alguna que otra fotografía razonablemente navideña. Mientras tanto… ¡tic-tac-tic-tac!.
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Hay fotografías que me resisto a dejar escapar y aunque tengan cierta carga de obviedad, dejo que me emocione su magia y hago varias tomas disfrutando de cada obturación. De alguna manera las atrapo las hago mías siguiendo aquello que argumentaba Susan Sontag de “fotografiar es apropiarse de lo fotografiado”, aunque sea una propiedad endeble, provisional, más como concepto que como forma efectiva. El caso es que suele haber un “algo” fuera de lo común en esas imágenes, que permite que afloren en mis pensamientos cientos de conexiones con otras vivencias, anécdotas o recuerdos. Esa capacidad evocadora, incluso de momentos no vividos y quizás solo soñados, es la que me atrapa.
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Me asomo a la pantalla del ordenador donde parpadea una página en blanco del procesador de textos, miro el teclado y pienso que no tomo demasiadas fotografías, que escribir sobre los días en base a una imagen es una tarea ardua. Sucede que necesito encontrar imágenes que me inviten a enfocar y apretar el obturador. Necesito encontrar escenas corrientes pero que a la vez me interroguen sobre nosotros y nuestro tiempo. El otoño es una estación clásica en la fotografía, un tema de primer orden para cualquier fotógrafo que se precie. Me pregunto si es posible otro otoño fotográfico donde los motivos clásicos, los colores esperados, lo esencial de la estación se combine con lo inesperado, con aquello que marca un tiempo determinado, un tiempo quizás humano.
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Es tan interesante buscar los contrastes, tan divertido exigir a nuestro cerebro ese esfuerzo, mejor con cámara en mano claro, que los resultados suelen merecer el tiempo empleado. Siempre peculiares, siempre didácticos. Aprendo un poco más con la observación de las personas, aprendo cada vez más a comprender nuestra sociedad y lo que nos llega a motivar o quizás hacernos dudar.
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Fotografiamos lugares porque han sido construidos previamente en nuestra imaginación, permeable a las influencias de las imágenes de otros fotógrafos, del cine, los video-clips, incluso la literatura y la música. En algún momento pasamos por un lugar cualquiera a la vuelta de la esquina de nuestro propio barrio y lo vemos, automáticamente nos trasladamos de manera involuntaria a ese lugar imaginado, leído, escuchado, visto y después transformado en nuestros propios sueños, pero real por un tiempo, ese tiempo que dura la fotografía.
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Las paredes hablan, a poco que nos paremos a interpretar su lenguaje visual seremos capaces de entender parte de su historia. Cuentan cosas de su pasado y de su presente, de las desdichas de las que fueron testigos, también de los momentos de esperanza y alegrías. Y por supuesto de su origen, del lugar en que se encuentran. El fotógrafo trae una instantánea sin necesidad de ubicación, tan solo una fecha y unas palabras que permitirán refrescar el recuerdo.
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“Las fotos mienten, siempre.
Siempre me han chocado las fotos de vacaciones, donde unas parejas en el apogeo de la dicha estival se exhiben junto a su radiosa progenitura. Uno se dice que le gustaría estar en su lugar. Nos olvidamos de que diez días después esos dos se habrán separado. Que los siguientes seis meses se los pasarán discutiendo sobre la custodia de los niños. Que esas fotos abandonarán sus marcos de Ikea para acabar en el fondo de un cajón.”
Marc Marie
P.D. Estaré unos días alejado de pantallas y teclados, no podré actualizar los comentarios del Fotodiario hasta mi vuelta.
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En ocasiones no hay mucho más que contar sobre una imagen, la fotografía puede ser tan explícita que cualquier observación resulta superflua, quizás solo quede mirar y esperar que suceda algo.
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Cuando un mar de dudas nos bloquea quizás un infinito número de posibles opciones no sea lo más indicado. Vivimos una sociedad compleja, imperfecta claro, pero en general la calidad de vida de la inmensa mayoría de nosotr@s en esta parte del mundo, es de lejos bastante mejor que la de nuestros padres y abuelos. Sin embargo la apreciación general es pesimista y de un futuro incierto. En lugar de continuar avanzando y buscar salidas beneficiosas para la inmensa mayoría, algun@s se afanan en agrandar las diferencias, socavar la confianza, cegar la esperanza… parecen empeñarse en que naveguemos sin rumbo, confundidos por la diferencia y el rencor.
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Es llegar estos meses de calor y todo mi organismo se ralentiza, me vuelvo perezoso como respuesta ¿natural? a las altas temperaturas y al tedio del verano que cada vez aguanto menos. Por momentos no me aguanto ni yo mismo. Y claro, se refleja en todo, también en mi Fotodiario, en la actividad de las Redes Sociales, incluso en mi interés por la fotografía, aunque esto suene casi a pecado capital. Los pensamientos me abandonan por momentos y los intuyo volando entre montañas lejanas y valles profundos, también el mar y su infinito azul. Pero en un instante de cordura consigo regresar sobre el teclado y escribir estas líneas que acompañan a la instantánea seleccionada. Se trata de un detalle entre las calles de la ciudad portuguesa de Évora. Que los calores os sean leves. Continuamos.
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Que alivio produce encontrar el camino marcado, la señal propicia que nos guía en medio de la incertidumbre y aporta ese punto imprescindible de esperanza. La señalización como salvavidas que en innumerables ocasiones juega un papel crucial en el día a día. Y nada como estar atento a la escena, y esperar, siempre esperar el mejor instante posible.
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Las escenas son la esencia de la fotografía de calle. Esos fragmentos de fotograma que nos hablan de momentos peculiares e irrepetibles. Siempre cargados de detalles e instantes únicos para cada uno de los integrantes de la escena. Sin saberlo todos formamos parte de ese cuadro, tanto los actores improvisados como los encargados de la realización. Así es como cada fotografía cobra vida y procura la inmortalidad de lo retratado.
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Llega el calor en estos meses tan especiales y parece que todo se ralentiza. La vida a mi alrededor toma un significado pausado, los vecinos hacen una vida lenta y reposada, los perros que son paseados se lo toman con calma por los efectos del calor, los colegios hace ya tiempo que cerraron sus puertas hasta septiembre con lo que se respira un plus de sosiego en el ambiente de un barrio rodeado por colegios e institutos, todo está más seco y polvoriento y mis horas centrales del día las paso en casa, frente al ordenador trabajando, leyendo un poco, estudiando alguna cosa o escuchando algo de música. Hasta las sombras transcurren a otro ritmo, ellas tan sabias conocedoras de lo difícil que resulta lidiar con las horas puntas de luz.