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En ocasiones, una sola palabra escrita da sentido a toda una fotografía.
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Si hay un lugar emblemático en Madrid ese es sin duda La Puerta del Sol. No carente de lacras que la afean y cierta cutrez gracias a la insistencia de diferentes equipos de gobierno municipal, empeñados todos en mejorar una y otra vez la plaza, logrando sin embargo, relegarla un poco más al gabinete de los horrores y atropellos urbanísticos. Y llevamos unos cuantos. El caso es que a pesar de todo eso, no puedo negar sus posibilidades sin límites a nivel fotográfico. Es un lugar de encuentro donde foráneos y autóctonos se entrecruzan mezclándose en infinidad de olores, colores y lenguas, además de la publicidad, las marcas y los eslóganes. Yo lo tengo como tradición, pasar por allí con cámara a mano, una o dos veces al mes, o quizás más.
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Me atraen las formas de algunos edificios, cuanto más sencillas más me interesan; su disposición, cómo se repiten creando un ritmo visual hipnótico y como la luz natural resalta la geometría de las estructuras, generando contrastes entre sombras profundas y superficies iluminadas. Cada elemento parece conducir al siguiente, formando una cadena visual que transmite continuidad y orden. Algún detalle en la estructura suele destacar sobre el resto y en él puede residir su sentido emocional. La sencillez obliga a la imaginación y la imaginación procura la emoción. Lo básico puede convertirse en extraordinario y esa invitación al juego fotográfico ya es un aliciente en sí misma.
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Una sintonía de líneas puede llegar a ser musical, así lo creo. Y Kandinsky lo sabía a la perfección. Usaba la música como inspiración para sus pinturas abstractas, mezclando color, sonido y sensaciones. Creo que la fotografía de arquitectura puede tener algo de eso también, al menos desde mi punto de vista. Si me abstraigo del conjunto centrándome en detalles que armonicen y compongan una sencilla melodía de formas, líneas y contrastes, el resultado puede tener algo de ese componente musical. Y cuando llego a ver la fotografía de esta manera, entonces es el color el que se encarga de las sensaciones.
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A veces, los objetos, también los conceptos y las ideas, se separan porque se vuelven demasiado intensos para manejarles juntos. Cada parte sigue su propio camino, a menudo diferente, buscando destacar y también hacerse entender. El pasado se convierte en un leve recuerdo, su conexión con un todo más grande y quizás más importante, vuelve a esos objetos, esas partes, comprensibles y procura respuestas a las dudas que causaron esa separación. En otras ocasiones esas partes de un todo por si solas no tienen un significado claro, entonces contribuyen a la confusión y a la duda, pero también a la imaginación.
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Tomar una foto es algo que hacemos todos los días, pero para mí y supongo que también para vosotr@s, es una oportunidad para jugar con luces y sombras, explorar líneas y ángulos, y experimentar con diagonales y contrastes. La diversión está en cualquier lugar y en cualquier momento. La fotografía nos ofrece todo eso; solo necesitamos capturar el instante.
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Mirar con curiosidad, preguntarnos qué hay más allá de esa puerta, es una pregunta eterna. Es la necesidad de aprender y seguir enriqueciendo nuestra alma. Es tan simple como la esencia humana, pero también tan complicado como los obstáculos que el mundo moderno nos presenta con distracciones y trampas disfrazadas de conformismo y pereza. Nunca dejaré de hacerme preguntas; mi curiosidad no tiene fin y siempre me pregunto qué habrá detrás de esa puerta.
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Son cuadros, encajes, composiciones donde dominan los contrastes y los colores intensos o las sombras profundas, no hay mucho más, tan solo el gusto por la fotografía y la satisfacción que procura sentirse influido por ciertas tendencias artísticas, estilos y también fotógrafos. Soy un aficionado a la fotografía heredero de imágenes que me han ayudado a moldear una manera de fotografiar, y estoy en deuda con todas esas influencias.
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Como narraba el replicante de “Blade Runner” antes de palmarla ante un Rick Deckard atónito: os puedo asegurar que yo he visto lugares donde te podías acercar y realizar algunas fotografías sin que se interpusieron de por medio cientos de turistas del Selfie y el consumo voraz. Lugares que visitaba sin agobios y sin prisas, sin estruendos ni barullos, sin olores a todo tipo de comidas ni personal gritándome a dos palmos de mis orejas. Todo eso ya se ha perdido como lágrimas en la lluvia. Ya digo, cual replicante. ¿Acaso yo no era (o no soy) turista?, claro, por descontado que soy turista. Siempre soy turista en tierra ajena. Lo que no soy es borrego. El caso es que recuperando algunas tomas que me supieron a gloria el realizarlas en su preciso momento, me encuentro con este altar bañado por una luz especial, pura sinfonía de sensaciones. Se trata del altar en la basílica de Santa María in Cosmedin, junto a la Boca de la Verdad en Roma, ciudad que he podido disfrutar en varias ocasiones y que según me dicen amigos que han viajado recientemente allí, es otra de las ciudades ya imposibles, tomadas por la muchedumbre y las prisas por consumir.
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Una captura fotográfica que myestra algo que podría ser un pedacito de arte urbano y que realmente llama la atención. Los objetos y cómo están colocados me parecieron tan interesantes que no pude evitar detenerme a mirarlo. Es como si la pared estuviera viva, contando una historia a través de sus detalles. Arte callejero por obra y gracia de la fotografía, sin ésta y la imaginación nada existiría o simplemente ese rincón seguramente pasaría inadvertido.
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Me doy cuenta de mi naturaleza, de la naturaleza de cualquier ser humano cuando soy consciente de mi entorno, en un bosque, durante una caminata por la montaña o en medio de un campo cualquiera. Y me pregunto qué nos impide estar más cerca de la naturaleza, y no me refiero a “desconectar” de vez en cuando, sino a ese olvido general de lo que somos y donde pertenecemos. Por descontado que se trata de una vida demasiado apresurada que obliga a un ritmo frenético y que nos aleja de lo importante. A veces quisiera ser nada, y flotar despreocupado. Sencillo y valiente.
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Una hoja perdida entre las calles donde el calor ya se hace sentir y los transeúntes escasean según la hora. La vi apresurada, inquieta, consciente de que aquel no era su lugar, ni siquiera su “estación”. Quizás por eso se apresuraba a llegar al ascensor del Metro. Tal vez un corto viaje la devolviera a un lugar más adecuado. Esperé un instante y tomé dos fotografías, para luego retomar mis pasos.
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Nuestro cerebro absorbe toda la cultura visual que encontramos a lo largo de la vida. Es por eso que ciertas escenas nos afectan de una manera particular cuando intentamos entender lo que estamos viendo. La fotografía pone toda la responsabilidad en el espectador, dejándolo interpretar la imagen e imaginar posibles soluciones a lo que no es más un encuadre, un equilibrio de luces y sombras, y un tiempo de exposición.
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Cualquier lugar es bueno para improvisar una instantánea fotográfica. Se trata de ver las posibilidades que se nos ofrecen e intuir una de las mejores soluciones. La fotografía nos reta a resolver problemas de encuadre, composición, luz y color. Nos obliga a simplificar, a restar todo aquello que pueda resultar confuso o que distraiga nuestro propósito. Nos interroga acerca de nuestra intención y sobre cómo queremos expresarnos. La fotografía es como una conversación entre el fotógrafo y la escena o el sujeto. Son reales y tangibles, pero abiertos a muchas interpretaciones diferentes. El fotógrafo se transforma así, en una especie de músico interpretando una partitura. Si, como un músico.
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Estos espacios siempre me han fascinado. Me encanta encontrar un lugar cómodo, tomar un café y simplemente observar a la gente. Me fijo en sus expresiones, en las conversaciones que tienen y en el ambiente del local. Los contrastes de color, las formas y texturas de las paredes y los muebles completan un escenario muy interesante que siempre me han permitido una gran libertad creativa, hasta el punto que los llego a considerar un fin fotográfico en sí mismo, algo así como una especie de obsesión personal. Benditas obsesiones.
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Me dejo llevar por el impulso y me permito experimentar con la fotografía. Juego con las diagonales y los ángulos para capturar lugares conocidos de una manera ¿única?. La Puerta del Sol de Madrid ha sido fotografiada hasta la saciedad, y solo pensar en la cantidad de selfies que se toman allí cada minuto me da miedo. Pero, amigas y amigos míos, a veces no puedo resistirme a la tentación de intentar encontrar un encuadre algo más diferente.
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Son solo pequeños detalles, como parpadeos de un ojo curioso, de un obturador inquieto, de un instante en el tiempo mientras todo discurre a mi alrededor. Mis sentidos se funden con la cámara como si no existiera nada más. Es como una forma sencilla e intuitiva de meditar, sin otra necesidad que unas zapatillas cómodas y ganas de caminar. Observar la vida, ese otro deporte sin medallas ni perdedores, que solo consume algo de tiempo, sin más exigencias, sin límites, sin edad.
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Hay veces que algunas fotografías algo más interesantes se confunden entre otras que lo son menos, incluso entre las que están listas para ser publicadas pueden pasar demasiado tiempo a la espera. Se suceden los meses y cuando vuelvo sobre alguna de ellas parece desfasada, quizás por la temática, por la indumentaria de las personas que aparecen en la instantánea, o por cualquier otra circunstancia. Nunca me ha parecido algo esencial. Para mí, la fotografía es una forma de expresar estados de ánimo, entre otras cosas. Y las sombras largas de la tarde, cuando todavía hace frío y el sol es débil, siempre me han cautivado, tanto visual como emocionalmente.
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Tengo una clara fijación con las tomas frontales, la simetría, los espacios, con buscar los ángulos y hacer que coincidan con el encuadre,… es como un juego aderezado con una pizca de manía. Creo que esta pequeña obsesión se la debo a los años de escuela en Artes Aplicadas. Recuerdo que teníamos un buen profesor de modelado y vaciado, un tipo que nos guiaba en la búsqueda de formas, su posición en el entorno, los espacios negativos,… nos animaba a imaginar a través de la geometría de los volúmenes, sus correspondencias con la vida cotidiana y con lo que a partir de encontrar esas similitudes podríamos llegar a crear. Todo un mundo de libertad creativa. Fueron buenos años que me dejaron un poso y que de alguna manera también condicionan mi manera de fotografiar.
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Somos y nos comportamos como una inmensa red neuronal tanto social como individualmente. Todo está interconectado y la información se desplaza y nos alcanza a la velocidad de la luz. Si estamos enfermos todo se altera, basta con una dolencia sin demasiado sentido para que nos sintamos desplazados o aislados de esa conexión. Cuando la enfermedad no responde a una lógica surgen las dudas, los miedos y la incertidumbre se apodera del centro neuronal, se hace con el control y dicta sus propias normas al margen de reglas aprendidas y valores acuñados durante nuestra propia vida. Llevo un tiempo que me siento así, desplazado, como aislado de la actividad normal de la vida. Mi cerebro intenta procesarlo con toda la lógica de la que soy capaz, pero se escapa a mi comprensión. Y siento como la enfermedad va controlando el día a día. Adaptarme y entender que hay cosas que escapan a mi control es algo que siempre tengo pendiente de asimilar, y la propia actitud ante esas circunstancias, es decir, cómo reaccionar a ciertas circunstancias vitales, la herramienta que posiblemente me ayude a superar el trance.