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Existe un juego de miradas cuyas reglas no están escritas, ni hay unas normas básicas establecidas, tampoco una frontera clara en la cual se debería mover cualquier jugador que participe. Argumentemos que los límites se encuentran dentro de lo que podríamos consensuar como una mirada de respeto. Dentro de ese espacio casi todo es posible. Nos miramos y observamos los unos a los otros, ahora también frente a una pantalla donde prolifera un exhibicionismo vacuo y constante. Y aún así cuando camino por la calle, viajo en metro, o tomo un café en un bar, no puedo evitar el observar a los demás. Estoy seguro que la fotografía ha sido la principal causa de esta especie de voyerismo, digamos, “blanco”. Fotógrafos como Bruce Davidson, Català-Roca, Garry Winogrand, Robert Doisneau, Martin Parr, el gran Elliott Erwitt, por supuesto Robert Frank y Lee Friedlander, el maravilloso Saul Leiter, Vivian Maier, claro, Maria Plótnikova o Joel Meyerowitz, Danielle Houghton (su Instagram no tiene desperdicio)… me han influido mucho. Aunque reconozco que esto de la motivación fotográfica es una excusa pobre ya que lo practico incluso sin cámara, tan solo por el placer de observar. Igual me estoy transformando en algo así como un sociólogo visual. Por colgarme una etiqueta que no quede.