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Y si los reyes no se han portado bien o no han llegado el día que se les esperaba, tan solo resta conformarse y aguardar las rebajas.
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Y si los reyes no se han portado bien o no han llegado el día que se les esperaba, tan solo resta conformarse y aguardar las rebajas.
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Si me descuido se me pasa la Navidad. Por mi parte queda abierta en este pequeño rincón fotográfico, aunque tengo claro que ya llego con retraso a las celebraciones cruzadas que calientan las Redes estos días. Confieso que siempre me han dado pereza estas cosas y más si cabe los festejos navideños. En fin, supongo que cada cual tiene sus pequeños pecados y debilidades.
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La noche nos procura el ambiente necesario para una fotografía llena de misterio. Lo que de día es simple y habitual de noche puede estallar en mil emociones y sensaciones que inundan la imaginación.
P.D. Estaré unos días alejado de pantallas y teclados, no podré actualizar los comentarios del Fotodiario hasta mi vuelta.
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En ocasiones no hay mucho más que contar sobre una imagen, la fotografía puede ser tan explícita que cualquier observación resulta superflua, quizás solo quede mirar y esperar que suceda algo.
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Las escenas son la esencia de la fotografía de calle. Esos fragmentos de fotograma que nos hablan de momentos peculiares e irrepetibles. Siempre cargados de detalles e instantes únicos para cada uno de los integrantes de la escena. Sin saberlo todos formamos parte de ese cuadro, tanto los actores improvisados como los encargados de la realización. Así es como cada fotografía cobra vida y procura la inmortalidad de lo retratado.
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La profundidad de la noche es algo especialmente subjetivo, tiene que ver más con estados anímicos y la percepción personal que con la realidad tangible. Es muy socorrido utilizar palabras más relacionadas con sensaciones que con la propia fotografía, añadiendo con un mínimo texto un punto de misterio y trascendencia incluso a lo que sería la normalidad de un momento determinado. Ahora bien, personalmente sí creo firmemente en la capacidad de la fotografía para transmitir sensaciones, siempre condicionadas por la luz, el tiempo de exposición, la época del año y la atmósfera captada. Añadir algo de texto me ayuda a no olvidar el porqué de esas decisiones, el porqué de una fotografía que decido publicar.
Hay escenas que una vez han despertado nuestro interés se quedan con nosotros para siempre entre los recuerdos alojados en ese complejo neuronal que es el cerebro humano. Incluso sin haberlas fotografiado. Se alojan en el subconsciente, regresan en ocasiones a nuestros recuerdos y aparecen en los sueños para hablarnos de algún detalle que pasamos por alto, un color, quizás unas formas… El caso es que con el paso del tiempo esas escenas se van completando entre lo que creemos recordar y lo que realmente fue. Y sucede que de vez en vez fotografiamos esos recuerdos en algún otro lugar, en esa calle, en ese camino que nos parece revivir aquel momento.
Esta tarde entra una ligera brisa por la ventana y da gusto trabajar frente al ordenador. Hoy me he dedicado a mover muebles en la habitación donde trabajo, hacer limpieza y recolocar todo. Cada vez que hago esto me sobran cosas, en ocasiones incluso muchas cosas. En medio de la vorágine me ha dado por pensar en el color de las ciudades o más bien el color que a mí me sugiere una ciudad en concreto, porque esto del color es tremendamente subjetivo. Hay ciudades que recuerdo con colores especiales, por ejemplo Roma siempre la relaciono con ocres, sienas, colores terrosos que refuerzan ese aire mediterráneo. Nueva York me sugiere un puntillismo multicolor sobre un degradado de grises suaves, Paris azul con puntos de luz en amarillos fuertes, casi ácidos,… y Ámsterdam roja. Intensos colores cálidos casi febriles, con noches frías, húmedas y en constante movimiento. Ámsterdam son muchas más cosas, pero entre tantas el recuerdo más vivo es el rojo.
(Reedición del original de 2010).
La vida es una lucha de contrarios perpetua. No existe el héroe sin su villano de cabecera, no existe el camino recto sin las curvas y giros, no existe la fotografía en color sin el blanco y negro. Bueno, esto último supongo que va en función de estética, gustos y necesidades expresivas de cada cual, todas perfectamente válidas claro. En cualquier caso el esfuerzo de fotografiar conlleva el placer de la visualización posterior, el placer simple y llano de ver la fotografía y disfrutarla. Si lo que fotografiamos además se configura con un cierto mensaje el triunfo parece total. Y digo parece, porque ¿en qué momento la escena retratada tiene sentido para el fotógrafo?, cuando se vive ese instante o más bien a posteriori buscando un sentido y un porqué de la decisión de fotografiar esa escena en concreto. Todo son dilemas, pero quizás lo importante es desnudar los resultados y observar sin más, sin complejos, sin obligaciones, sin necesidades.
En alguna ocasión he comentado que esta bitácora funciona como un foto-diario, un espacio donde escribo con la fotografía añadiendo aquello que me interesa o me llama la atención. Hace algunos días leía a Laura Sam que sobre el fracaso y el éxito en esta sociedad que vivimos afirma:
“Cuando empecé a leer poesía leía sobre todo a poetas malditos; suicidas, alcohólicos o tuberculosos, enfermos mentales, gente realmente desequilibrada que de alguna manera sólo podía existir en aquellas palabras. Pero lo más parecido a ser maldito hoy en día es tener ansiedad porque no sabes muy bien quién eres ni qué haces aquí; porque es prácticamente seguro que jamás podrás tener una casa propia; porque ni siquiera tienes dinero para ir a terapia, pero probablemente sí para pedirte una pizza por Glovo, una pizza que te comerás viendo una peli en Prime y claro, eso no es lo que esperabas de la vida”.
Me hace pensar sobre lo que yo personalmente esperaba de la vida, ¿albergaba demasiadas expectativas?.
Entonces llega la tranquilidad, la necesaria quietud bien merecida proporcionada por una fotografía de un paisaje cualquiera, que puede llegar a trasladarnos a ese lugar soñado, cada uno el suyo particular, un rincón de belleza único y especial por lo que representa por nuestros recuerdos, por esa peculiar destreza innata que es la imaginación.
Pero, ¿alguien entiende para qué sirve semejante cosa?. Y si de multiverso se habla ahora con tanta insistencia, es cosa de aportar nuestro granito de arena, porque todo aquel que realiza fotografías está introduciéndose en un mundo lleno de infinitas posibilidades, con múltiples alternativas y puntos de vista sólo al alcance de la mejor imaginación posible. Somos multiversos con cámara en mano.
Es ese lugar donde muchos en ocasiones buscamos un refugio para poder sentirnos seguros y arropados, incluso escondernos por un tiempo, unas horas, unos minutos quizás. Todos tenemos el nuestro, este que capturé en la toma no es el mío pero creo que sí lo puede ser de muchos otros. Ahí dentro se cruzan los pareceres, las opiniones, los pensamientos intrascendentes y la decisiones que podrían cambiar el curso de varias vidas. Desde fuera todo parece fácil y armonioso, tan solo queda enfocar y realizar una fotografía. La historia queda ahí reflejada para siempre, el instante de lo que fue y lo que pudo haber sido recogido de manera fortuita sin más pretensiones.