Demandamos atención en un mundo sobrado de estímulos. Apenas hay tiempo de dedicar un instante a lo que nos rodea. Es la vorágine del movimiento, de lo inmediato y lo intrascendente. La mirada como un arma, un revulsivo necesario.
Demandamos atención en un mundo sobrado de estímulos. Apenas hay tiempo de dedicar un instante a lo que nos rodea. Es la vorágine del movimiento, de lo inmediato y lo intrascendente. La mirada como un arma, un revulsivo necesario.
Solo fragmentos que forman proporciones. Partes que construyen líneas y superficies planas, detalles de gráfica urbana que suben de nivel gracias a la fotografía. Todo forma parte del testimonio de nuestros días, de nuestro tiempo, de nuestra peculiar manera de ser y comportarnos.
Aquellos lugares por los que deambulamos de manera fugaz y circunstancial y que no tienen suficiente importancia para ser considerados como “lugares”.
Igual solo es cosa de mostrarse orgulloso, dar valor a lo que cada uno hacemos, nuestras pequeñas (o grandes) aportaciones a este mudo, esas cosas sencillas que permiten una sonrisa, una reflexión, una mínima mejora por un instante, en cualquiera de sus formas y contenidos. No sé si sirve para algo. Pero seguro que el dueño de ese local se siente orgulloso de su escaparate.
En ocasiones la luz, las sombras y las formas son más interesantes que el lugar en sí.
Qué diferentes entre sí pueden llegar a ser las fotografías con tomas amplias de un paisaje, en el cual se muestre claramente la línea de horizonte. En este caso os invito a navegar visualmente entre planos, y así llegar a la ciudad, desde las alturas que procura la montaña hasta el llano donde dominan las construcciones, los edificios, las calles, las personas… Soy consciente de ello en el momento de fotografiar: la sutil diferencia que apunta la fotografía y la enorme diferencia que habita la realidad.
En ocasiones un cielo es suficiente motivo para la toma fotográfica. El blanco y negro aporta la necesaria abstracción que busco. La selección de un ISO alto me procura el grano (que no ruido) para rematar una imagen diferente.
Un corte vertical para dividir el encuadre en dos partes distintas pero complementarias, urbanas y sin embargo naturales, gráficas y fotográficas. Dos mundos dentro del universo que forma una fotografía.
Un lugar especial, de esos en los que disfruto estando un buen rato, dejar pasar el tiempo y observar. Seguro que todos tenéis ese lugar único. Suelen ser lugares buenos para leer, mirar y de vez en cuando, tomar una fotografía.
Un marco perfecto para realizar la fotografía. Casi ni hace falta el encuadre, solo mirar y valorar la instantánea que nos brinda el paisaje. Es un regalo sin pedir nada a cambio. Bueno, algo sí, un pequeño esfuerzo hasta llegar allí.
Una sola palabra puede remover la imaginación, hacernos pensar en mil cosas diferentes, según la experiencia personal, lo vivido, lo observado, a cada cual le sugerirá una cosa distinta. Y la fotografía como vehículo propicio para ese viaje tan especial, que es dejarnos llevar por lo primero que nos sugiera la imagen. La intencionalidad en la fotografía ni más ni menos.
En ocasiones un lugar con encanto lo es más gracias a la fotografía. Ya sabéis que nada en una imagen es verdad absoluta. Todo está condicionado al momento de la toma, las decisiones de índole técnico y artístico y al revelado posterior. Pero siempre se agradecen fotografías, que sean capaces de reconciliarnos por un momento con la vida.
Las brujas eran esas señoras que durante buena parte de la Edad Media fueron perseguidas y maltratadas por el solo hecho de ser mujer y tener ideas algo diferentes a lo “aconsejable”. Cosas de la historia, de esa misma historia que se repite a lo largo del tiempo y lo único que cambia son los métodos y las maneras, pero no el trasfondo. Yo prefiero el bosque en sombras, con niebla, incluso con brujas, a muchas de las plazas de parqué modernas de la actualidad. Cosa de gustos supongo.