¡Oh cuaderno! transcribo con torpeza ideas que revolotean por mi cabeza con la intención de crear párrafos que tengan sentido. Me gustaría poder expresarme mejor, construir frases con las palabras justas y tener una escritura fluida, pero soy consciente de mis limitaciones, seguramente por eso prefiero leer la prensa a ver las noticias en televisión, pienso que algo quedará. En ocasiones doy con artículos que merecen un puesto destacado en el cubo de la basura. No siempre son los mismos autores, los más jóvenes toman el relevo (generacional) de los carcas, pero las ideas se repiten renovadas en la forma nada más. Pretenden hacernos creer que hemos evolucionado hacia la sociedad del espectáculo y transforman las noticias en entretenimiento. Disfrutan como cochinos en el barro vomitando sus ocurrencias y lo conseguido. Pero no vivimos en una distopía postmoderna, nada más lejos de la realidad de la calle, del sentir de esa gran mayoría que, por otra parte, hace tiempo perdió el significado de lo que representan y su papel en la historia, pero que sin duda algún día recuperarán. Sin la memoria no somos nada, por mucho que se esfuercen algunos en reivindicar la amnesia. Salgo, camino y observo. La verdad está aquí mismo, entre nosotros, en la fila de la panadería, entre las personas que viajan en autobús o en el interior del metro, en la mesa contigua del bar donde paramos a tomar café, en el propio puesto de trabajo…, sin ninguna conexión con los poderosos y aquellos que les representan. Desde luego que todo no es lo mismo ni da igual, por muchas veces que se repitan las mismas mentiras, aunque ya nos consideren vencidos, no tiene sentido desconfiar de los nuestros a la vez que se alza la vista en señal de ruego a una fantasía inventada sin recorrido ni futuro.