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¿Tenemos memoria de nuestro pasado?. En principio diría que sí, pero si buscamos un momento concreto igual nos sorprendemos a poco que reflexionemos, siempre que compartamos generación claro está, y nos movamos alrededor de eso que solemos denominar Baby Boom o anterior (las generaciones post internet acostumbran a convivir con la imagen y el planteamiento sería diferente). Por ejemplo, ¿seríamos capaces de reconocernos si nos encontráramos cara a cara con nuestro yo infantil o incluso adolescente?. Antes de dar una respuesta rápida pensemos en la diversidad de imágenes que atesoramos, un número más o menos importante de fotografías o incluso algún que otro vídeo, realizados con la familia o entre amigos y que custodiamos como la verdad de nuestro pasado. Sin esos recuerdos en formato físico quizás la historia de cada uno sería limitada, intermitente o incluso difícil de discernir entre lo real y lo imaginado. ¿Entonces la fotografía se convierte en un índice de contenidos de nuestra propia vida, que nos invita al recuerdo cada vez que volvemos sobre ellas y sostiene cada detalle de lo que somos?. Vivimos en un mundo dominado por la imagen y su constante exposición en esa realidad virtual en cualquiera de sus formas, donde accedemos a las propias imágenes y a las de los demás y allí, de una manera u otra, nos encontramos todos. Pero ¿y antes?, tan solo veinte o veinticinco años atrás, ¿seríamos ese nosotros verdadero o lo que creemos conocer de nosotros mismos, sin alguno de los álbumes fotográficos que guardamos, sin esas imágenes en papel o esas películas de Súper 8 y vídeo que conservamos en una estantería o en algún cajón?.