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Cuando la nueva fe es el dinero, y sus evangelistas -todos tan patriotas- políticos, promotores y banqueros, casi no queda espacio para el pequeño ciudadano. Ese ser insignificante, ninguneado y vilipendiado por los poderosos, los mismos que construyen catedrales, inauguran estadios de fútbol y abren cadenas de televisión.
Creo que igual sobran iglesias. Entre otras cosas.