jueves, 14 de octubre de 2010

Lo cotidiano



Copacabana se lo debe todo al Titicaca. Desde su razón de ser como valuarte de culturas precolombinas, anteriores incluso a la Aimara y Quechua, hasta su desarrollo actual basado en los ingresos que la industria turística proporciona.
Una ciudad que ha crecido al rededor de un lago, que ha ido sustituyendo paulatinamente su tradición agrícola y pesquera, por una incipiente sector servicios.
Una equivocada manera de entender el progreso. Tal vez la única que se les permite.
Un desequilibrio que paga el lago, cada vez más contaminado, y lo pagan sus pobladores, que acusan desigualdades cada vez más exageradas.
Afortunadamente todavía se puede saborear una forma de vida que se aferra a costumbres indígenas, rituales ancestrales basados en el culto a la Madre Tierra y la profunda devoción por la Virgen de Copacabana. Una mezcla que equilibra con armonía la convivencia.
El viajero con ganas de conocer, debe perderse entre los puestos del mercado y sus calles aledañas, entrar en la iglesia y acercarse a los cientos de puestos de sus alrededores, y sentarse a ver pasar la tarde en el parque central.
La vida en Copacabana discurre en este eje.

Lugar de la toma: Bolivia, agosto 2010.

Puedes ver la fotografía a pantalla completa haciendo “clic” sobre ella.
1ª foto: Nikon D200. Objetivo 70-200 f/2,8G. Focal 200 mm. Diafragma f/5. Obturación 1/640s. ISO 100.
2ª foto: Nikon D200. Objetivo 12-24 f/4G. Focal 12 mm. Diafragma f/7,1. Obturación 1/320s. ISO 100.
3ª foto: Nikon D200. Objetivo
70-200 f/2,8G. Focal 102 mm. Diafragma f/2,8 Obturación 1/320s. ISO 100.