Un viaje también es hacia el interior de uno mismo. Tiempo de reflexión. Valorar todo aquello que las prisas de nuestra vida moderna nos impiden prestar la debida atención.
Nos ayuda a conocer nuestros límites y nuestra disponibilidad para ser permeables a costumbres, vidas y aspectos sociales que ignorábamos.
Es la manera de descubrir asimilando, de aprender la tolerancia, de comprender que a menudo, menos es más.
El ser humano como tal, es un viajero histórico, por necesidad en un principio, después, en ocasiones, por placer.
El viaje que nos permite ampliar nuestra percepción del mundo siempre es necesario. Y esa necesidad está ahí, cuidadosamente grabada en alguna parte de nuestra secuencia de ADN: la necesidad de conocer y conocernos; la necesidad de reencontrarnos brevemente con nuestro pasado en libertad.
Los molinos, el toro, los límites de velocidad, las obras, ... no están buscados conscientemente. Tal vez son tópicos de nuestras carreteras, demasiado arraigados y difíciles de ignorar. Para mi son sólo objetos que determinan un paisaje, referencias que le dan sentido y profundidad.
Cuando pensé en esta serie (un pequeño juego) imaginaba de algún modo estas ideas que ahora escribo. Y a través de algunas instantáneas, tomadas en dos viajes diferentes por la Nacional II (algunos estuvisteis muy acertados en la ubicación de las fotografías), quería reflejar esas sensaciones, utilizando la música como medio natural.
Todas las fotografías están realizadas en movimiento, a través de los cristales del coche, sin evitar brillos y reflejos. Buscaba la imperfección. Luego el procesado, duro, saturado, potenciando el contraste y aplicando ese ligero efecto de viñeteado de lente. Nada más.
Os agradezco la participación. La buena compañía en un viaje es fundamental y con vosotros está garantizada.
Nota: La foto que ilustra el post, pertenece a otro viaje. Está tomada en la Patagonia Argentina, en algún punto de la Península Valdés. Agosto 2009.
Puedes ver la fotografía a pantalla completa haciendo “clic” sobre ella.