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Es tiempo de rebajas, bueno más bien de liquidaciones de última hora. Y ha sido revisar las fotografías editadas para publicar y encenderse esa bombillita que tenemos en alguna parte entre las neuronas. El blanco y negro funciona bien en este caso, facilita el relato y las cuatro frases que lo hilvanan. Porque enfrentarse a la página en blanco del procesador de texto y a una carpeta vacía de fotografías quizás sea una de las peores pesadillas de todo blogger que se precie. Curioso este mundillo de los blog, quizás el último de los reductos de una Internet participativa alejada de tanto postureo e influencer, como lo fue allá en sus comienzos, ¿lo recordáis?. A mi me satura tanta Red Social, tanto Instagram, Facebook, TikTok, y lo que sea. Si, lo confieso, publico en alguna de ellas, algo así como un “muro fotográfico”, nada más. Pero también os garantizo que donde soy feliz es delante de la pantalla de mi FotoDiario, pensando por un instante qué publicar, qué fotografía subir y con qué texto acompañarla. Casi como una periódica obligación. Una dulce obligación, casi como una necesidad que procura satisfacciones, limitadas claro, pero gratificantes.
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