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Me gusta ver pasar a la gente y fotografiarla. Es un recurso, lo admito, pero también una manera de comprender el equilibrio entre lo permanente y aquello efímero, esa situación que apenas dura una fracción de obturador frente a un muro, un edificio, una plaza que permanecerá en ese mismo lugar una vez realizada la toma. Me enfrento al paso de los días observando mi reflejo en el espejo, la memoria funciona como una genuina máquina del tiempo personal, implacable, también sincera y amable. La fotografía es algo parecido, puede perdonar pero no olvida. Quedarme parado frente a una pared esperando el paso de cualquiera que camine cerca, me sitúa a mí mismo frente a ese espejo. La vida, la realidad, lo imaginado, las texturas y las sombras también, todo me permite comprender un poco más dónde se fue todo este tiempo que pasó demasiado deprisa. Y disfruto con los tonos intensos, lo envejecido, las sombras reveladoras y el paso de cualquier persona delante del objetivo de la cámara. ¡Clic!.