Diario fotográfico de ángel corrochano
Situarse en un lugar y observarlo hasta alcanzar un grado de comunión casi perfecta que permita la mejor fotografía posible. Cualquier entorno arquitectónico se puede transformar en un conjunto de una belleza extraña. Busco lo singular, aquello que me llama la atención. La fotografía llega sola.
Hacia 1999 hice un viaje por Cuba. Éramos dos parejas con un coche de alquiler y muchas ganas de conocer. Hace más de veinte años de esto, ¡tantas cosas han sucedido hace demasiado tiempo!, igual es buena señal. Por aquel entonces todavía hacía fotografía química aunque no revelaba, solía llevar los rollos a un pequeño laboratorio cerca de casa. Poco a poco voy digitalizando algunos de aquellos negativos y diapositivas con un escáner para poder añadir al Blog o subir a Redes. Los recuerdos son importantes, la propia memoria de nuestra historia lo es, volver a vivir la experiencia revisando unas fotografías es una sobredosis de sensaciones agradables. Me detengo en los detalles, las texturas de la toma, la limitada calidad de las lentes que el ajustado presupuesto permitía, la fuerza del color, las ganas de fotografiar la vida, … Tan sencillo e ingenuo como eso.
Hay miradas que transcurren en un corto espacio de tiempo, un cruce visual entre ojos anónimos, lo suficientemente fugaz para pasar casi desapercibido. Mantener la mirada delante de un desconocido fijando la atención suele considerarse inapropiado. ¿Pero entonces qué puedo hacer con mi curiosidad fotográfica?, esa que me impulsa a revisar visualmente cualquier escena, a las personas que me cruzo, las que tengo enfrente durante un trayecto en metro o cuando paro a tomar un café. En realidad prefiero no plantearme el dilema, sigo tomando fotografías a desconocidos sin permiso, pero solo cuando la situación me sugiere cierta narrativa. Entonces no me lo pienso, ajustes, encuadre rápido y apretar el disparador con suavidad, ¡Click!.
Poco a poco el tiempo ha ido cobrando cada vez mayor relevancia. Una sensación apresurada, subjetiva, desmedida del paso de las horas y de los días que lo invade todo. Fluye como un torrente y creo que antes no era así, al menos no de forma tan clara o yo no era del todo consciente. El caso es que la relatividad del tiempo siempre me ha resultado tremendamente sugerente como argumento libre para imaginar, más allá de su dimensión física. Siento que transcurre de manera diferente según observo el mundo evolucionar, de una u otra manera, en uno u otro lugar. Y eso me condiciona claro, porque hay lugares donde parece congelado y si freno la urgencia lo suficiente y me detengo en los detalles, ese preciso momento puede estirarse casi indefinidamente. En algunos lugares, en ciertos casos.
Enciendo la tele y veo desfilar a políticos, tertulianos y opinadores de todo pelo. Hablan de bombas de ejércitos, de incrementar el gasto militar con una frialdad que asusta. Son tambores de guerra que resuenan por todo rincón. Parece que ciertos personajes están deseando ampliar el conflicto bélico, este, cualquiera. La desgracia, la miseria, la muerte la pagamos siempre los mismos, los de siempre. Hoy europeos, ayer sirios, afganos, iraquíes, subsaharianos (siempre)… y tengo la certeza de que dentro de los miserables también hay clases, categorías, escalas. Somos meros espectadores de una realidad que ya no podemos alcanzar y se escapa a toda velocidad.
Se tuercen los días soleados y las nubes empañan lo que parecía una primavera en exceso adelantada (al menos por estas latitudes). Yo lo prefiero, algo de invierno, un ultimo coletazo para sentirlo antes de que el calor se apodere de las calles. Tiro de archivo, busco esa puerta en Laponia que mira al norte y siento como entorno los ojos para protegerme del aire gélido. Ahí fuera demasiadas personas siguen sintiendo el peor de los inviernos.
No me escondo de nada ni de nadie, siempre presento cara, por eso he sentido como más de una vez me la han partido. No me importa, me he puesto en pié para volver a la lucha, una y otra vez. ¿Pero y el respaldo y el apoyo?. De eso ya no queda. Hace tiempo que acabaron con la solidaridad, la conciencia de clase y todos esos conceptos hoy condenados. Seguramente perduren resquicios a nivel individual, pero en lo colectivo son historia. Si de algo tengo miedo es de perder la memoria, la capacidad de revivir hechos, anécdotas, recuerdos… La fotografía es como un gran baúl donde guardamos fragmentos de nuestra historia. Al compartirlas, en ocasiones nos identificamos con algunas de ellas, las hacemos nuestras porque de algún modo hemos vivido algo parecido. Hemos estado en esa misma playa con nuestra compañera, con nuestros hijos, con nuestros amigos. Los estratos de las rocas, que pertenecen por derecho propio a la historia, así lo afirman. Recuerdos que no olvidaré.
Insignificantes en comparación con lo que importa. Intrascendentes frente a lo que perdurará. Pasajeros de un vuelo con horario programado. No quiero ni pensarlo, ni tan siquiera pretendo compararme. Soy consciente de nuestros límites, tan concretos, tan claros, que en ocasiones me pregunto cómo es posible que aquellos que dirigen las naves no lo vean certero. O quizás sea por eso mismo, quizás algunos llegaron a la conclusión de un “sálvese quien pueda” hace tiempo, claramente desde una posición ventajosa. Y nos observan, sonríen mientras desprecian la grandeza, porque la mediocridad ya no importa, la mediocridad hace tiempo nos conduce.
Ahora que todavía es invierno y asomo la mirada por la ventana, ahora que solo queda el ocaso en el cielo y las luces de la ciudad iluminan de esa manera tan triste y dramática, ahora es cuando mejor sienta recordar el mar, un puerto, los barcos amarrados, incluso el sonido de las gaviotas que llega desde tan lejos, del interior de los recuerdos. La fotografía ayuda, claro, editarlas tiempo después es toda una terapia, una especie de tratamiento anti estrés, mi particular momento de meditación. Casi siento el aire de mar.
La vida del universo es la historia de un movimiento constante e imparable. No circular, no repetitivo, muy al contrario, pura evolución, la vida como la sucesión de acontecimientos que configuran el futuro una y otra vez. Como la historia de nuestro planeta, de las plantas y animales, como nuestra propia historia, la de la humanidad, plagada de sucesos relevantes, duros, trágicos, emotivos o esperanzadores. Una evolución que sí depende de nosotros, de nuestros actos, de un caminar constante, reflexivo y consciente. Estamos vivos porque estamos en movimiento. ¿Y mañana?.
El encuadre se presentaba claro y certero, tan solo moverse un poco, buscando la mejor ubicación posible, por aquello de redondear la toma. Pero el lugar se prestaba a un buen número de tomas.
Pues si amig@s, la fotografía me sigue sorprendiendo cada día un poco más. Entre otras cosas, por su capacidad para describir situaciones y narrar experiencias a todo aquel que, por un momento, detiene su tiempo frente a una instantánea. Transmitir lo vivido sin palabras, pero con sensaciones. El color, la tonalidad, el claro oscuro, la fuerza o delicadeza de una imagen tienen esa capacidad evocadora. Y esto siempre es emocionante, es como vivir la fotografía como si fuera la primera vez.
Si el bosque tuviera un rey, ese sería un árbol poderoso, solitario y sabio. Pero me figuro que hace ya mucho tiempo, la naturaleza optó por una República Independiente y Libre. ¿Quienes somos nosotros, miserables humanos, para juzgar esa decisión?.
3000 voltios y recorremos la vía en un abrir y cerrar de ojos. Toda la potencia parece poca para dar vida al entramado de vías, cables, luces. 3000 voltios de potencia y el milagro de viajar se produce.
El punto de vista determina nuestra apreciación del mundo. Igual una manera más, digamos, plural de observar, nos aporte riqueza de matices y experiencias necesarias. En cualquier caso siempre es interesante tener en cuenta ese otro criterio que a priori no compartimos.
Con tanta mascarilla por la calle ya ni me apetece fotografiar situaciones ni lugares, vamos que no me llama. Y bastante tengo con obligarme a salir con la cámara. Si, si, casi una obligación, todo un reto para salir de mi estado de pereza crónico. Pero reconozco que paso por sitios que me llaman la atención. Miro y veo este rincón expuesto como una instalación de arte moderno, en una enorme sala de algún museo de arte contemporáneo. Sin entrar en discusiones sobre lo que es arte y lo que no lo es, lo que sí tengo claro es que la mirada del fotógrafo, la selección de cierta escena y las decisiones que toma al realizar la fotografía confieren al objeto de cierta grandeza y originalidad que de cualquier otra manera no la tendría.
